El barrizal en que se está convirtiendo la vida pública de este país, con frecuentes acusaciones del "y tú más", ha acabado por preparar el terreno para la resurrección de algunos de las grandes peligros que creíamos haber desterrado de nuestra sociedad civil.
El primero, ya detectado en numerosas publicaciones y, sobre todo, en foros y debates, es la progresiva cocción del caldo de cultivo necesario para la aparición de los salvadores. Como ya ocurriera en algunos escenarios lamentables de nuestra historia reciente, la ciudadanía se pregunta si vale la pena el coste de la democracia para esos resultados en los que unos pocos se lucran sin recato a espaldas de la mayoría mientras que ésta afronta cada día que pasa un marco de supervivencia que se estrecha progresivamente. Esta idea, alentada incluso desde algunas instancias políticas, pone en el mejor de los casos en entredicho el propio sistema democrático, ayudado por quienes deberían dar ejemplo de austeridad y gestión. En el peor, permite que cale en algunas capas de la sociedad la creencia de que una 'dictablanda' sería la solución que pondría fin al actual desmadre. No debemos olvidar que, a pesar de los velos que todavía cubren el episodio más negro de nuestra reciente historia, el golpe militar del 23 de febrero de 1981 pudo haber tenido en su concepción una fórmula de 'transición' forzada para derribar al Gobierno de Adolfo Suárez en la que, bajo la tutela de los uniformes, aparecían nombres significados de algunos de los principales políticos democráticos.
Se me dirá que aquello forma parte del pasado y que España ha cambiado mucho como para imaginar soluciones traumáticas institucionales. Es posible, pero no conviene perder la memoria.
El otro gran problema que empieza a esbozarse en el panorama nacional es la aparición de los justicieros, que podrían aun sin quererlo trabajar en el mismo sentido. Quizá sería mejor hablar de los resentidos. Y en este sentido cuesta convertir en héroe a Jorge Trías, el ex diputado del PP que ha conseguido en los últimos días una popularidad insospechada por sus declaraciones ratificando la veracidad de las cuentas de Bárcenas y el pago de sobresueldos a dirigentes de su partido durante varios años. La admiración por este renacido político se empaña, sin embargo, cuando se plantea el porqué de la tardanza en hacer pública esa contabilidad B de su partido cuando admite conocerla desde hace años. ¿Empeño en que se sepa la verdad o ansias de venganza?
Otro que parecía no haber sido invitado a la fiesta pero que se ha presentado de sopetón y con ganas de participar en el baile es Baltasar Garzón, instructor inicialmente del 'caso Gürtel' apartado por la propia Justicia tras haber ordenado irregularmente escuchas en la cárcel a alguno de los imputados. En este caso sí que estamos hablando de un personaje que tiene para amplios sectores sociales un halo de justiciero descabalgado que no le ha abandonado pese al tiempo transcurrido desde su inhabilitación. Garzón ha reaparecido tratando de recuperar el pulso de su cruzada y lo ha hecho asegurando que jamás dejará de ser juez aunque no pueda ejercer. Sin embargo, este magistrado también ha demostrado con hechos que no renuncia a ser político y que tiene alguna que otra cuenta pendiente que aspira a cobrar. El clima en que nos movemos le facilita la tarea.
En todo caso, salvadores o justicieros jamás encontrarían terrenos fértiles para su empresa si previamente no se lo hubieran abonados los políticos en activo con las más altas responsabilidades. Estos, en definitiva, son los verdaderos culpables y tampoco conviene apartar el foco de quién realmente se lo merece.
Menos mal... que en el último párrafo recuperamos el Norte. Porque me estaba preocupando la idea de una especie de connivencia o conformismo respecto del estado y el curso de las cosas: el limbo, la penumbra.
ResponderEliminarEl señor Trías podrá ser un vengativo miserable, pero, aunque haya reaccionado tarde o por venganza, ¿hubiera sido preferible -para el pueblo soberano, digo- que se llevara su secreto a la tumba?... Otra cosa es que, como apunta alguien, sus revelaciones carezcan de base cierta.
Por su parte, al contovertido (probablemente los posiciones a favor o en contra estén al 50%) juez Garzón debemos agradecerle haber iniciado el desmantelamiento de la más poderosa trama de corrupción, con afectación de las instituciones del Estado. Probablemente haya quien prefiera que esto no se hubiera conocido nunca, o que hubiera sido otro, y no Garzón, el instructor. Es oportuna una reflexión al respecto.
En todo caso, y tomando las palabras iniciales del artículo, el gran peligro para nuestra sociedad civil, es la casta política que venimos padeciendo, incapaz de interpretar correctamente (y de reformar y actualizar de manera adecuada) nuestra ley de leyes fundacional y fundamental. El problema se agrava por la podredumbre endogámica anidada en los dos partidos mayoritarios, que hacen oídos sordos a las demandas de científicos, economistas, técnicos y, sobre todo, del conjunto del pueblo (dizque) soberano.
raitanucu