sábado, 5 de julio de 2014

Buenos y malos

No hay conflicto interno en el seno de una organización política y social en el que no subyazcan cuestiones personales por encima de cualquier otra de carácter ideológico o de proyecto.

Un ejemplo fidedigno de lo antedicho los constituye la crisis que vive desde hace algunas semanas la dirección local de Izquierda Unida de Gijón. Las descalificaciones se han ido sucediendo y subiendo de tono desde que, en el inicio de la batalla, el que hasta hace poco fuera el portavoz de la coalición en el Consistorio y su compañero de escaño y secretario de Organización entablaran una polémica pública a través de las páginas de 'El Comercio' sobre la forma de gestionar sus respectivas responsabilidades en los últimos meses. Jorge Espina y Francisco Santianes tiraron desde el principio con bala y muy pronto traslució que, detrás de tantas acusaciones, figuraban dos facciones interesadas en arrimar el ascua a su sardina y dejar claro que grupo municipal y partido no son una misma cosa y que la cacareada bicefalia que practica IU en Gijón puede tener sus cosas buenas pero también larva el huevo de la serpiente del cainismo político.

Nadie se explica -así lo afirman- qué ha pasado en la coalición de izquierda para poner en juego todo el apoyo popular que ha ido recolectando (Podemos aparte) desde que el Partido Socialista Obrero Español inició su particular descenso a los infiernos, el mismo desde el que ahora trata desesperadamente de emerger.

Creo haber comentado en más de una ocasión que la enfermedad de Izquierda Unida en Asturias se remonta al último congreso regional, un cónclave que partió en dos al partido, más por las conspiraciones internas y las traiciones de última hora que por el propio resultado final. Gijón no fue ajeno a estos conflictos y fruto de ello fue la repetición de la batalla con el resultado de la defenestración de Jesús Montes Estrada, el muchos años dueño y señor de los destinos de la coalición en el ámbito local.

Lo que pareció entonces ser el cierre de una etapa y el comienzo de otra el tiempo se ha encargado de negarlo y poner sobre el tapete que la herida fue cerrada en falso y que el mal subsistía bajo la postilla improvisada.

Ahora, con una dirección regional desconcertada y con síntomas de navegar a la deriva; con un coordinador incapaz de coger por los cuernos los problemas internos -véase el caso de la inhabilitación del que fuera potavoz en la Junta General del Principado, Ángel González- y que sólo se ha mostrado capaz de repetir llamadas al diálogo en la encarnizada pelea de sus correligionarios gijoneses; con el pánico mal disimulado a la aparición en escena del partido de Pablo Iglesias; con todo ello -digo- la coalición se muestra incapaz de aunar voluntades para aprovechar la ola favorable en la que se subió en los dos últimos años.

La causa principal hay que buscarla entre dos concepciones de partido bien diferenciadas, eso que usualmente se encasilla como 'aparato' y 'renovadores'. En Gijón, esta diferencia aparece más nítida que en otros ámbitos. Los segundos acusan a la dirección de obviar la democracia interna y actuar únicamente para conservar sus privilegios en la dirección; sus oponentes, dicen que los concejales ahora dimisionarios hacen la guerra por su cuenta y buscan acumular en sus manos todo el poder que los estatutos y su popularidad les permiten.

Jorge Espina y Libertad González se han apuntado un tanto con su gallarda dimisión de los cargos de representación institucional, aunque con la promesa de seguir dando la batalla en los órganos de dirección. Su postura ha dejado ver también que no están solos, por si alguien todavía mantenía dudas. Su relevo en los escaños municipales está trayendo de cabeza al equipo de Marcos Muñiz por las sucesivas renuncias a dar el paso adelante de los siguientes en la lista (menos mal que cada una de ellas tiene 27 nombres y solamente entraron tres por el resultado de las urnas).

De las declaraciones públicas de militantes destacados y del ronroneo que testan las redes sociales se deduce que ambas partes tienen defensores acérrimos y detractores incansables. Entre dimes y diretes, una vez más se reproduce la división entre "buenos" y "malos", aunque la referencia cambia según de donde vengan esos adjetivos.

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