Le ha faltado tiempo al flamante secretario general de los socialistas españoles para apelar a los números que le han situado en el cargo el pasado domingo como basamento para su "autonomía" a la hora de tomar decisiones. Solamente ha necesitado unas pocas horas para decir que "donde dije digo, digo Diego" y que el compromiso de convocar primarias en noviembre próximo para decidir quién será el candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno de España ya no es tal compromiso y que ya se verá.
A estas alturas, ya sabemos que Pedro Sánchez huye como de la peste de todo aquello que le asocia al 'aparato' o 'aparatos' del partido y, muy especialmente de su ya consolidada fama de ser el delfín de la nueva lideresa en la sombra de los socialistas, la presidente andaluza, Susana Díaz. Sin embargo, los hechos son machacones y ya no es solamente que el aspirante a líder de la izquierda haya forjado su éxito preferentemente en Andalucía. Ahora, muchos le recuerdan que aquello en lo que tanto él como el otro gran aspirante, Eduardo Madina, parecieron estar de acuerdo en el proceso que finalizó el domingo pasado, es lo contrario de lo que defiende su 'mentora' andaluza.
Ésta se ha mostrado partidaria de aplazar la elección del futuro apirante a presidente del Estado español a una fecha posterior a las cita con las urnas para las municipales y autonómicas de mayo de 2015. Nada que objetar como argumento, si no fuera que implica romper, como les ha recordado el presidente del Principado, Javier Fernández, un "compromiso" a las primeras de cambio.
Como en el caso de las sospechas que apuntan a que los hilos de Pedro Sánchez los mueve desde el inicio la mandataria andaluza, otras apuntan directamente a las ambiciones de ésta de retrasar la mencionada elección en lo posible para darse tiempo a encontrar un trampolín que la situaría a ella como la opción más viable. Se dirá que Susana Díaz podría haber empezado su carrera hacia lo más alto desde ya, cuando la mayoría de las organizaciones territoriales de su partido la aclamaron para que fuera la sucesora de Alfredo Pérez Rubalcaba. No fue así porque sabe que en estos momentos la organización política a la que pertenece precisa, entre otras cosas, de un periodo para recuperar algo de la credibilidad perdida; también es consciente de la vitola que la sigue allá donde vaya y que señala que se trata de un alto cargo con una supuesta gran proyección pero que hasta la fecha no ha ganado elección alguna. Tener paciencia para esperar el momento adecuado sí que parece una característica definitoria de la personalidad de esta política amergente. Y en esa línea, las autonómicas del año próximo en su comunidad pueden ser el banco de pruebas para, si recupera la mayoría absoluta o, al menos, la condición de partido más votado para el PSOE, aprovechar ese aval y la ola de seguidismo cuasi fanático que ha logrado entre sus compañeros y aparecer en el escenario nacional como la nueva Juana de Arco capaz de arrebatar a la derecha los destinos de España.
Pero, entretanto, el papel de bautista le ha tocado a Pedro Sánchez, y va a tener que hacer uso de todos sus recursos personales para deshacerse de ese papelón que le sitúa como un simple 'intermediario' temporal en la fulgurante carrera de otra persona. Los gestos no son baladíes y sus primeras palabras como nuevo secretario general y la escenificación particular de su 'entronamiento' acompañado precisamente de la presidenta andaluza contribuyen más a aumentar las sombras que a depejar los nubarrones sobre su persona.
Arduo trabajo le espera al PSOE, para recuperar parte de la credibilidad perdida. No lo tienen nada fácil y, para colmo, cada vez se lo ponen más cuesta arriba por la izquierda.
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