Acaparan estos días las primeras páginas de los periódicos las informaciones relativas a los primeros compases de la nueva etapa iniciada por el Partido Socialista Obrero Español con la elección directa entre sus militantes del nuevo secretario general. Para algunos, el momento actual ofrece motivos para la esperanza de empezar a remontar el profundo hoyo al que han abocado los españoles al que fuera partido más fuerte del país en tiempos mejores; para otros muchos, las dudas tienen peso suficiente para recelar de este dirigente surgido de no se sabe dónde, del que millares de militantes socialistas reconocen no haber sabido de su existencia hasta hace pocos meses.
No invitan precisamente al optimismo los primeros pasos de Pedro Sánchez como mandatario in pectore del PSOE, con las sospechas de seguidismo de lo que diga la que se presenta como auténtica 'lideresa' en la sombra y, en línea con las mismas, la previsión de que no va a aceptar el "compromiso" de celebrar en noviembre elecciones primarias para elegir al candidato de la fuerza política a la que representa a la Presidencia del Gobierno de España. Tampoco ha sido precisamente un acto de asentamiento la 'orden' dada a los eurodiputados socialistas españoles para que no apoyaran la elección de Jean-Claude Juncker para presidir la Comisión Europea, rompiendo así otro "compromiso" de la socialdemocracia europea previo a su elección. la decisión de Elena Valenciano de poner su cargo a disposición de Sánchez pocas semanas después de su incorporación al Parlamento Europeo no invita tampoco a pensar en una mera cortesía o trámite. Sobre todo si se tienen en cuenta algunas opiniones 'soto vocee' de destacados dirigentes socialistas que han criticado directamente esa actitud en Europa.
Y como este nuevo dirigente del PSOE resulta que acumula un día sí y otro también incertidumbres sobre su intención de amalgamar y unificar a su organización política como paso previo a su recrecimiento, resulta -digo- que hoy la ha tocado escuchar de boca de su principal adversario en el proceso que finalizó el pasado domingo una negativa a integrarse en la comisión ejecutiva que está configurando. Eduardo Madina ha declinada la invitación y ha sido especialmente diáfano cuando ha dicho que todo lo que dijera en el seno de la futura dirección iba a ser malinterpretado y como una crítica. No se puede manifestar más claramente su desacuerdo global con el estilo y el proyecto de Pedro Sánchez.
Todo lo antedicho constituye un bagaje que no invita a apostar por un camino de rosas para el nuevo secretario general de los socialistas españoles.
En todo caso, hay un detalle de las declaraciones de Madina que no ha sido especialmente resaltado en las informaciones que he podido leer y escuchar en las últimas horas y que ha despertado mi atención. Me refiero a su intención confesa de dedicarse íntegramente a partir de ahora a sus responsabilidades como diputado por Vizcaya y para ello ha utilizado la palabra "circunscripción", algo que en el ámbito español no pasa de ser un mero vocablo sin sentido dado que los parlamentarios sí que son elegidos por su provincia, pero es evidente de que jamás han ejercido como representantes de la misma cuando se ha sometido a debate y votación un asunto que afectara directamente a esa circunscripción. La disciplina de partido anula cualquier atención a los deberes para con los ciudadanos que le han elegido. escuchar esa palabra, "circunscripción", nos hace sentir nostalgia de esos otros países donde los congresistas o senadores son realmente la voz de los intereses de su base territorial.
Un concepto y una responsabilidad que, en efecto, está reñida con la supina disciplina de partido imperante. No será fácil llegar a apreciar cambios en ese terreno. Pero siempre podrá ser evocado como base para una declinación o excusa.
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