Si en las declaraciones públicas de nuestros gobernantes priman las frases optimistas con respecto a un futuro más o menos próximo, la machacona realidad de las cifras apunta a que aquí, en nuestra tierra, en el Principado de Asturias, esa proyección sea cada vez más negra. No es de extrañar, pues, que el conocido sociólogo Jacobo Blanco se haya referido a los asturianos como una especie "en peligro de extinción".
A las cifras estrictamente demográficas, que sitúan al Principado como la comunidad menos 'viva', sin apenas nacimientos, con más defunciones y con escasa inmigración en los últimos años de la crisis, se suman ahora los datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística sobre el efecto migratorio que afecta, sobre todo, a la juventud. El pasado año, 5.240 asturianos salieron a buscarse la vida hacia diferentes países, y otros 8.218 hicieron lo propio a otros territorios del Estado español. Y si nos remontamos al año 2008, primero reconocido de la crisis económica globalizada, son más de 61.000 los que han tomado una de esas dos salidas.
Hasta aquí las cifras, los fríos números, aunque como sucede con los referentes al desempleo, tras cada uno de los sumandos de esos guarismos se esconde una situación angustiosa, la deseperación o, incluso, una tragedia.
Quedan ya lejos aquellas desafortunadas palabras de quien entonces era presidente del Principado calificando de "leyenda urbana" el éxodo de los jóvenes asturianos que no sólo no encontraban ocupación en su comunidad, sino que no percibían la mínima esperanza de un vuelco en dicha situación a medio o largo plazo. Las justificaciones de Vicente Álvarez Areces a la inanidad de sus políticas orientadas a solucionar el problema quedaron en una retranca que, lejos de calmar los ánimos, contribuyó a encrespar más a los millares de víctimas de esa situación.
Ahora, mientras el Gobierno de la nación y el partido que le sustenta se empeñan en hacer creer a la ciudadanía que todo está cambiando y vamos hacia la luz, en Asturias es la realidad diaria la que nos induce a pensar lo contrario, un estado que se ve reforzado por la acumulación de cifras negativas que nos sitúan en los más que dudosos primeros puestos de tantas y tantas tablas de clasificación indicadoras de la 'foto' real de la sociedad.
A día de hoy lo que parece evidente es que el actual Ejecutivo autonómico, el que preside el socialista Javier Fernández, no ha sido capaz hasta ahora no ya de solventar una parte del problema, sino que ha sido testigo privilegiado de su agravamiento.
Se dirá que las herramientos de un gobierno pequeño de un territorio pequeño son las que son y que su capacidad para cambiar la tendencia es más que relativa. Es posible. Lo que no cabe duda, en todo caso, es que quien se ofrece a sus ciudadanos para gestionar la administración pública lo hace con la obligación de resolver problemas, no de aumentarlos. Nadie dijo que gobernar fuera fácil.
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