El problema es la influencia que esos mitos tienen en la formación y el comportamiento de sus seguidores cuando la cruda realidad se encarga de demostrar que alguno de ellos no se hacen merecedores de tal reconocimiento.
Viene esto a cuento de el lamentable comportamiento de uno de esos ídolos que, para más inri, ha mantenido ese estatus para más de una generación. Me refiero a Diego Armando Maradona y su impresentable salida de tono tras el pitido final del partido que anteanoche enfrentó en Montevideo a las selecciones de fútbol de Uruguay y Argentina. Supongo que no es necesario reflejar la obsesión del mítico delantero por recibir las felaciones de todos los periodistas de su país que han mantenido una actitud crítica hacia la trayectoria de la albiceleste que él dirige en su trayecto hacia la clasificación para el Mundial de Sudáfrica. "Que me la mamen, que me la mamen", era el grito de guerra con el que 'la mano de Dios' celebró con reiteración la triste clasificación de su equipo.
Nadie va a cuestionar que Maradona se encuentra ya en el olimpo de el más selecto grupo de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Por contra, fuera de los terrenos de juego, el astro argentino no se puede decir que sea precisamente un modelo a plantear a las generaciones que le sucedieron y que idolatraban al deportista. Sus devaneos vivenciales y políticos, sus salidas de tono, sus caídas y recaídas en una innecesaria degradación personal no son ejemplo para nada. Por eso no acabo de entender a los autores que, a través de canciones o de películas, han contribuido a reforzar unos pilares cuasi religiosos que la realidad viene mostrando desde hace años que están fabricados con barro y que no se sostienen por muchos argumentos de amiguetes que prefieren mantener la deidad.
Y que nadie piense que este comentario está forzado por un mal entendido corporativismo profesional con los colegas argentinos. Sería lo mismo se se hubiera referido a los políticos o a los camareros de Buenos Aires. por favor, ya basta de consentir todo a quien unos méritos incuestionables de otros tiempos parecen dar patente de corso para hacer y decir ahora lo que le viene en gana.
He sido uno de los millares de espectadores europeos que trasnochó para ver un encuentro cargado de interés sobre todo por las alternativas que su resultado ofrecía a toda una clasificación para el Mundial a una selección de las que no pueden faltar a estas convocatorias. La realidad es que resultó finalmente uno de los encuentros más aburridos y sosos de muchos años y que, excusas aparte por lo que estaba pasando en otros campos, mostró a una selección triste, carente de fútbol y desconocida para sus seguidores, el mismo conjunto que ya había llegado a ese partido final de la fase de clasificación con un juego aburrido y sin ideas y con más de un golpe de suerte.
Al final, Argentina se clasificó y el mito explotó, y lo hizo de una forma indecorosa e impropia del modelo que ha sido para muchos chavales. No estaría de más que los organismos internacionales competentes barajasen una posible sanción, por no decir que los argentinos deberían replantearse su continuidad. A fin de cuentas, ha logrado que la escuadra albiceleste haya mostrado bajo su dirección una de las peores imágenes futbolísticas de su gloriosa historia.
Que él pide que se la "mamen". Pues que lo haga quien quiera, pero conmigo que no cuenten.
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