Me viene estos días a la memoria el recuerdo de 'Padre Padrone'. la excelente película en la que los hermanos Paolo y Vittorio Taviani pusieron en imágenes el relato autobiográfico de Gavino Ledda que expone en toda su crueldad las consecuencias de una sociedad patriarcal donde la figura del progenitor déspota traspasa los límites de la burbuja familiar para convertirse en imagen de una sociedad donde el poder ejercido de forma unipersonal nos trasnsporta a las grandes expresiones que la historia nos ha dado del fascismo.
Y con el filme en la memoria me acuerdo de aquellas generaciones no tan lejanas en nuestro propio país, las de nuestros padres, que recordaban a sus progenitores como señores todopoderosos capaces de instaurar un sistema de comportamientos, muchas veces basado en el castigo, pero que en otras, creado el "monstruo", bastaba un simple gesto, una mirada directa y profunda, para saber sin palabras de por medio que "eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca".
Y, siguiendo con las traslaciones, se me antoja que, aunque muy relativo, existe un paralelismo incipiente en algunos de los comportamientos de nuestros actuales gobernantes. Aunque alguien dirá , y con sus razones, que determinado tipo de normas que se han ido incorporando en las últimas semanas tienen un sano objetivo, lo cierto es que implican una restricción evidente a las libertades del individuo. Un ejemplo: la recientísima reforma de la Ley de Tráfico, con nuevas medidas -el radar por tramos, por ejemplo- que exasperan a una gran mayoría de conductores que ven como los automóviles son cada día más potentes -en esto no se actúa en consonancia con la reducción de las velocidades- y las autovías más y más seguras. Pregúntenle a un viajero habitual el tormento que puede ser ir en estos momentos de Asturias a Madrid, por poner un ejemplo, a lo largo de una vía plagada de controles para evitar una velocidad con la que no sólo el conductor, sino también el coche sufre. Y menos mal que aquel globo sonda lanzado hace algunas semanas de establecer el inicio de la sanción en autovía a partir del 121 kilómetros por hora. Eso se ha quedado fuera de la nueva ley y se mantiene ese diez por ciento de margen de error atribuible a los radares.
Otro ejemplo: la anunciada intención de hacer entrar en vigor en las próximas semanas la prohibición total de fumar en locales públicos. Ya no hay zonas para los consumidores del tabaco, ya nadie se acuerda de que muchos hosteleros se empufaron para adaptar sus locales a una norma coja desde su promulgación y que, en algunas de sus líneas generales, se ha tomado por el 'pito del sereno'.
Podría hacer alguna otra referencia. Ya se anuncia la penalización del consumo de agua excesivo para las comunidades de vecinos, con lo que de indiscriminada puede tener esta medida. ¿De que vale que yo controle que no se llene la bañera, que no esté un grifo abierto mientras friegas, etcétera, si el vecino del tercero se pasa la medida por el forro. Eso sin contar que, si todos estamos de acuerdo en que el agua puede llegar a ser el oro de los tiempos venideros, ni este Gobierno ni los anteriores ha sabido nunca plantear una política coherente y con auténtica visión de futuro, sujeta a trasvases o infraestructuras hidráulicas en muchos casos dirigidas por las componendas con odeterminadas comunidades autónomas o con algunos partidos políticos. Aunque de pasada, no puedo evitar recordar aquellos tiempos en que Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, planteó que, si las cuencas del Norte son las que mantienen unas mayores reservas, la operación era trasvasar esas mismas a otros puntos de España. El agua es un bien común, pero, aunque iguales, en esto algunos siempre han sido más iguales que otros. Son más los bienes naturales que este país tiene y no por ello se propone idéntico reparto al que el 'número dos' de Felipe González quería llevar adelante.
Conste que todas estas reflexiones las hace alguien que no fuma y no tiene permiso de conducir -y no precisamente porque se lo hayan quitado por correr más de la cuenta, sino porque jamás quiso sacarlo-.
No sé si queda claro que los casos expuestos tienen a priori una base argumental razonable y socialmente aceptable. El problema es que a mí se me antoja que todos juntos, y otros que puedan venir, acaban por convertir al Estado -en este caso sería mejor decir al Gobierno- en ese progenitor que, llevado de sus deseos de protegernos, acabe por asimilarse a ese 'Padre Padrone' director estricto de cada uno de nuestros movimientos, controlador de nuestras vidas en algunos pequeños o no tan pequeños detalles hasta aproximarse a un relativo modelo de absolutismo paternalista. Y ello agravado cuando se supone que el actual Ejecutivo está sostenido por un partido y un programa que presumen de ser adalides de las libertades.
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