viernes, 23 de octubre de 2009

Woody y Quentin

Mi reciente 'ateísmo' sobre las novedades cinematográficas del verano y su prolongación ha tenido en las últimas semanas un paréntesis. Hace unos días me refería a la excelente impresión que me causó el estreno de "El secreto de sus ojos", del argentino Juan José Campanella. Con posterioridad he vuelto a visitar las salas de exhibición en otras dos ocasiones atraído por la firma de los respectivos realizadores de las películas correspondientes. Falta de tiempo me ha impedido referirme en ese momento a "Si la cosa funciona", de Woody Allen, y "Malditos bastardos", de Quentin Tarantino. Pasada la ocasión, no me apetece diseccionar ahora una por una esas dos obras, pero su permanencia en cartel merecen una rápida reflexión conjunta. Y no es porque puedan establecerse puntos en común ni es su narración en imágenes ni en las historias que cuentan; de ninguna manera. Lo que sí las une es que ambas responden fielmente a los estilos de sus autores.
"Si la cosa funciona" tiene el sello de Allen, el auténtico, el que le ha llevado a ser icono de una forma de hacer cine personal, con un universo propio fácilmente reconocible por sus seguidores. Lo mejor de todo es que se trata de un sello recuperado tras unas desiguales experiencias como la magnífica "Match Point" o la detestable "Vicky Cristina Barcelona", además de otras producciones europeas, pero en todos los casos productos que necesitan la etiqueta para reconocer la marca de la casa. "Si la cosa funciona" no tiene esa necesidad. A los pocos minutos de su metraje cualquier espectador que no conociera a su principal responsable sabría perfectamente que se trata de un filme del cineasta Premio Príncipe de Asturias, y ello a pesar de que en este caso no aparece delante de la cámara. como acostumbra a hacer. No es sólo el escenario, Nueva York, ni ese peculiar personaje principal, transunto del propio Allen; es el conjunto el que hace que cualquiera de sus admiradores se reencuentre con su ídolo.
Algo parecido se podría decir que "Malditos bastardos". Tras el excelente comienzo que significó "Reservoir dogs" o "Pulp fiction", incluso "Jackie Brown", Tarantino se había ido enfangando, en paralelo con su inseparable Robert Rodríguez hasta llegar a esos bodrios, supuestamente homenajes al viejo cine de serie 'B' -o 'C' o 'D', ya no se sabe- que fueron "Death proof" o "Planet terror". Lo último del controvertido cineasta es Tarantino en estado puro, aquel primero, el que le encumbró como un inventor de nuevos caminos en la desgastada narrativa cinematográfica.
Ambas obras tienen ese valor de devolvernos a dos cineastas a sus más característicos signos de identidad. Personalmente no tengo a ninguno de ellos en mi personal olimpo de gentes del cine, pero no cabe duda de que para sus incondicionales los respectivos estrenos son una bendición. A uno, personalmente, le queda la sensación de un buen sabor de boca tras enfrentarse a dos interesantes películas, con todas las salvedades que se le quieran poner a sus respectivas neurosis. Tal y como están las cosas es más de lo que uno podría esperar en los tiempos que corren para el mal llamado Séptimo Arte.

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