El terrible desastre de consecuencias todavía incuantificables de Fukushima ha puesto sobre el tapete del debate energético el replanteamiento en toda regla del futuro de las nuclares. Desde mi modesto punto de vista, la puesta en cuestión de una buena parte de los países occidentales de su política al respecto, al margen de opiniones más o menos apriorísticas de una fuente con muy mala prensa, ha tenido algo de precipitado, fruto, también es verdad, de algunas opiniones expertas que no han dudado en utilizar términos como apocalipsis para referirse a la situación muncial a partir del grave accidente ocurrido en Japón.
Por otra parte, la marea de inseguridad política y social originada en Egipto y extendida con posterioridad a una buen número de países de Oriente Próximo, con Libia como último ejemplo y problema sin un final claro por el momento, ha dado a los dirigentes de los países más desarrollados un plus añadido de inseguridad a partir de las posibles repercusiones que pueda tener el el mercado del crudo y sus conscuencias económicas en los combustibles derivados del petroleo.
Con estos dos frentes abiertos, son ya varios los expertos que han vuelto la vista al carbón, esa "vieja, sucia y contaminente" fuente de energía, con unos precios de mercado que se vienen disparando desde hace algunos meses y que, ahora, convierten al negro mineral de nuevo en alternativa a tener en cuenta, especialmente en aquellos países que cuentan que reservas suficientes y que, por tanto, le devuelven un valor estratégico cuya defensa ya sólo mantenían los más directamente implicados en el sector.
Estamos en un momento de incertidumbre porque nuclares y crudo han abierto una brecha en el organizado futuro de las fuentes de energía, una brecha que, hay que reconocerlo, puede ser transitoria y estar sirviendo a los especuladores para hacernos concebir esperanzas en una vuelta atrás con respecto al futuro del carbón.
En cualquier caso, con esas 'heridas' abiertas en estos momentos y el escaso peso real que todavía tienen las energías alternativas, a pesar de la confianza que generan en las nuevas generaciones y sus perspectivas reales de crecimiento año a año, sería realmente indignante que los vaivenes geopolíticos y los cambios de etapas nos introdujeran de nuevo en una política energética en la que el carbón tuviera de nuevo un papel protagonista, a pesar de las inevitables características negativas que desde hace décadas le rodean. Y lo sería porque los países y las regiones que han tenido de siempre en este mineral una de sus principales aportaciones a la economía y al crecimiento, se encuentran ahora sin apenas explotaciones fruto de una política de cierrres continuos y abandonos obligados derivados de las famosas políticas de los mercados, aunque entonces no se llamaban así y todavía no habíamos tenido acceso a conocer el verdadero sentido que se esconde tras esos términos, el mismo que ahora ya deben de conocer hasta en Primeria fruto de la crisis mundial de estos últimos años, la misma que ha dejado claro que al final todo se mueve por los hilos que manejan unos pocos personajes sin escrúpulos que han dejado Occidente hecho unos zorros para, luego, salir ellos mucho más ricos y con más poder que antes de iniciarse la recesión.
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