Leo sin demasiada sorpresa que el ministro de Fomento ha manifestado que es su intención firme cumplir su compromiso para que el proyecto de AVE para Galicia respete los plazos previstos -la línea completa y funcionando en 2015- y, por si acaso, el empeño de su palabra la cimenta mediante el proyecto de dejar cerrados todos los contratos de obra antes de las elecciones de 2012, cita para la que su partido no mejora con cada sondeo -más bien al contrario- sus previsiones de tener que abandonar, no sólamente Zapatero, el Gobierno de España.
José Blanco es gallego y, aunque en su comunidad gobierna el Partido Popular, la tierra tira mucho, como anteriormente hemos tenido ocasión de comprobar otras autonomías. Aunque probablemente injusta, esa tendencia entra dentro de la condición humana y, pese a que siempre quede el derecho al pataleo, hay que admitir que tiene difícil remedio.
Lo que ya no es de recibo es que los compañeros asturianos del titular de Fomento hayan defendido durante dos legislaturas que el hecho de que en tan largo periodo el hasta ahora líder socialista no haya incluido ni un solo ministro de aquí no ha tenido importancia alguna desde el punto de vista de la atención que en forma de inversiones se dedica a cada territorio del Estado español. A la vista está que ese principio se sostiene menos que un elefante sobre una pelota de tenis. Galicia va a tener su ferrocarril de alta velocidad garantizado y blindado por un ministro gallego. Mientras tanto, en Asturias, aparte de las periódicas proclamas sin ningún tipo de credibilidad de Antonio Trevín, nos tenemos que conformar con las ya repetidas frases de "pronto" o "cuanto antes se pueda", o sea sin un compromiso cuantificado en millones de euros y, sobre todo, sin fechas.
¿De verdad alguien puede creer a estas alturas en la celestial asepsia de los miembros del Ejecutivo y que carece de toda relevancia de dónde son originarios los ministros?
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