Los reyes Magos de Oriente cumplen cada año y nos traen sus regalos, los niños vienen de París,... Son algunos de los lugares comunes de aquella infancia que a ciertas generaciones nos tocó pasar y que, más que engaños malintencionados, acababan por ser 'mentirijillas' bienintencionadas para no acelerar etapas más o menos lógicas de nuestros primeros pasos.
Desde hace bastante más de tres años -exactamente desde otoño de 2007- los españoles estamos experimentado un demoníaco 'deja vu' que se asemeja bastante en la forma a aquellos 'cuentos' para niños, aunque el fondo es tan real como espeluznante. Llevamos todo ese tiempo escuchando al presidente Zapatero y a sus sucesivos colaboradores en el Ejecutivo asegurarnos con una sonrisa beatífica en su cara de bondadosos padres que la crisis desatada por aquel entonces en los Estados Unidos no tendría repercusión alguna en España; luego, que el efecto sería menor porque nos pillaba mejor preparados y que no había que hablar de crisis, sino de cierta recesión (muchos todavía no acertamos a distinguir ambas palabras); con posterioridad, relativizando las cifras de acuerdo a los parámetros menos perniciosos para sus intereses; en paralelo nos ofrecieron aquellos 'brotes verdes' que solamente ellos, con su ojo privilegiado, acertaban a ver, y, por fin, admitida ya la dichosa palabra -y por ende la situación- fijándole el punto de inflexión, cuando no el punto final, y el inicio de la remontada.
El tiempo sigue pasando y ese objetivo que marca el cambio del túnel por un punto de luz nuestros gobernantes lo alejan cada día hasta esa otra revuelta en el camino cuya visión en la lejanía ayuda a continuar una ruta excesivamente dificultosa y llena de repechos.
Aunque de aplicación a buena parte de los grandes parámetros que marcan la evolución económica, el ejemplo más significativo lo tenemos con las cifras del desempleo. Trimestre a trimestre, año a año, los miembros del Ejecutivo ponen el límite de ese deterioro que nos ha llevado oficialmente muy cerca de los cinco millones de parados -cuando empezó todo esto el dato estaba exactamente en la mitad- en un punto siempre cercano que, sistemáticamente, como en el símil senderístico, cuando lo alcanzas siempre vuelve a tener un nuevo referente para la ansiada meta. Por decirlo de alguna manera, es como si la salida de la crisis estuviera en la línea del horizonte -concepto físico inexistente, como bien sabemos desde párvulos-; como el infinito -por usar un término más didáctico- del que por mucho que nos acerquemos siempre estaremos más lejos.
Por la experiencia vivida y por el estilo de nuestros gobernantes, el cuento de la remontada ya empieza a antojársenos una misión inalcanzable. Por eso nos produce un enorme cabreo que, facilitados ayer los últimos datos del CIS sobre el paro, salga todo un vicepresidente y otros ministros 'de menor cuantía' y se queden tan panchos diciendo que ese es el último dato malo y que desde ya España va a empezar a rebajar las cifras de los inscritos en las oficinas de empleo.
Este Ejecutivo -y algunos de sus predecesores- ya han mostrado durante demasiado tiempo su falta de capacidad para la empresa de sacarnos del pozo y de crear un mínimo de confianza en un país muy mayoritariamente preocupado por el problema de la falta de trabajo. Con un presidente que se considera a sí mismo autoamortizado -me remito a sus propias palabras en la entrevista on-line de esta misma semana en Youtube y a la citada última encuesta del CIS que ya le sitúa por vez primera en valoración personal por debajo de su adversario Mariano Rajoy-, un equipo incapaz de darle la alternativa en la confianza de los españoles, con ministros que sobreviven llorando por los rincones el difícil trago que les ha tocado pasar, no se explica en forma alguna que desde el propio Zapatero hasta sus más directos colaboradores no tengan el valor de poner fin a la sangría y se vayan a casa, aunque para ello tengan que apurar el cáliz de amargura de una elecciones anticipadas.
Puede que los resultados de las municipales y autonómicas del 22 de mayo acaben por darles ese empujón, aunque no parece probable, por malos que sean. Mientras tanto, a los ciudadanos nos queda seguir tirando por el carro cuesta arriba, aunque las fuerzas estén cada vez más mermadas. Lo malo es que no nos dejan otra alternativa. Lo que sí hay que pedirles por favor es que no nos sigan mintiendo con fábulas para niños, que no nos engañen con metas que nunca están en el lugar que nos señalan, ¡que no nos traten como a párvulos!
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