viernes, 8 de abril de 2011

Una nueva aristocracia indeseable

Se quejan los políticos de aquí y de allá de la mala prensa que tienen y de la escasa o nula consideración que su actuación merece a quienes les dan con su voto la potestad de estar en las instituciones. Sin embargo, con el paso del tiempo la realidad ha venido demostrando que esa fama negativa se la ganan día a día a pulso.

Viene esto a cuento del escándalo montado por el rechazo de los europarlamentarios a renunciar a su actual estatus de volar en clase preferente y conformarse con la clase turista para sus viajes. Los intentos de explicación posterior atribuyendo a un error el voto contrario a rebajarse esa prebenda fruto de la "confusión" de que el hecho se produjo en el marco de un debate más amplio de carácter presupuestario, cuando no otras excusas tan increibles como que a pesar de todo su clase vip es más barata, no han conseguido ni de lejos compensar la universal indignación del común de los mortales.

El principal problema es que abusos como el mencionado no habrían seguramente tenido la repercusión lograda finalmente de no haber sido gracias al poder real que en el mundo de la comunicación han obtenido las redes sociales, en este caso Twitter a través del lanzamiento de una iniciaciativa bajo el epígrafe "eurodiputadoscaraduras".

En el caso del Europarlamento, además, el escándalo viene a reforzar prácticas tan rechazables como la asistencia de los viernes a primera hora de la mañana al edificio que acoge el salón de plenos para firmar y, a renglón seguido, largarse para casa adelantando unas cuantas horas el fin de semana, una costumbre de algunas de sus señorías que destapó hace escasas semanas una compañera de ellos mismos, creo que británica. En fin que lo de Estrasburgo, una cámara con casi nulas capacidades decisorias, se ha convertido en paradigma de lo que que nunca deberían ser nuestros representantes públicos, personajes que el caso que nos ocupa se embolsan mensualmente unos 8.000 euros, aparte de las dietas, viajes gratis, etcétera.

Al margen de la indignación puntual, el escándalo de los parlamentarios europeos viene a poner sobre el tapete los extremos a los que ha llegado la práctica política. Además de los "gurteles", de los "eres andaluces" y otras lindezas, a uno se le ocurre pensar la cantidad de actiitudes indignas que a diario se deben de estar produciendo en la gestión de la 'res publica', muy concretamente en este país, y que no trascienden demasiado o nada, desde la prevaricación directa en la clandestinidad de un despacho hasta la utilización de un coche oficial para llevar a la señora del alto cargo correspondiente a comprarse modelitos. Esto no es ficción, señores; desgraciadamente, es la triste realidad.

Toda esta basura se produce en el marco de la aparición de una nueva clase social fruto de la profesionalización, en el peor sentido de la palabra, de la política. Se trata de una nueva aristocracia que desprecia viajar mezclada con el mismo 'populacho' que les ha puesto en donde están o que gasta los dineros públicos sin control a la vez que anuncia a los ciudadanos un largo periodo de sangre, sudor y lagrimas en el terreno económico y en el mercado laboral. Esta nueva aristocracia se jacta de su situación y muchas veces se resiste a disimular al menos una situación que cualquier analista serio no dudaría en calificar con el término "explotación". Ya no se trata de mantener aquello de que la mujer del César no solamente debe ser honrada, sino también parecerlo; ahora la cruda realidad es que la tal señora se resiste a disimular y no oculta sus devaneos e infidelidades, cuando no presume de ellos.

Y, como citaba al principio, luego se lamentan de la mala imagen que en su conjunto han creado en la sociedad. ¡Qué cinismo! Cuando este país, y otros varios europeos, se encuentran sumidos en una situación de deterioro económico y de previsiones negativas -no perdamos de vista con el rabillo del ojo a Portugal, desoyendo los mensajes optimistas de nuestros gobernantes- lo que realmente quisiera ver la ciudadanía es que sus representantes se pusieran el mono -el de trabajo, no el derivado del consumo interrumpido de estupefacientes- y bajaran a la calle. Ahora que estamos en pre-campaña electoral, vemos a muchos de ellos visitar mercados, rastros, hospitales o colegios y estrechar manos y prometer el universo. Pero, ¿qué les dicen sus interlocutores? Probablemente la mayoría no se atrevan a expresar lo que verdaderamente piensan o, en todo caso, condicionados por la 'importancia' de esos personajes, se limiten a expresar algún que otro deseo que contribuya a mejorar sus vidas. Yo sugeriría a los miembros de lo que ya se ha convertido en una nueva clase social que, como en aquel famoso cuento, se disfracen y salgan a la calle de incógnito, acudan a bares y cafeterías, a parques y tertulias, y se limiten a escuchar discretamente lo que la gente dice cuando no se siente condicionada. Es posible que si por un momento pudieran olvidar su orgullo y recapacitar sobre la situación real, la que viven millones de personas que no son ellos, esa nueva aristocracia indeseable desapareciera de la vida pública. Pero seguro que esto no sería más que un sueño.

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