Miedo, miedo, miedo. Si por un término podríamos definir la campaña electoral que en estos días entra en su recta final es precisamente por dicha palabra. Sin embargo, con esta aseveración no aporto nada nuevo a lo que ya se viene diciendo en los ámbitos nacional y regional desde que empezó la misma. Hay, no obstante, algunas nuevas aportaciones a este 'leit motiv' político que vienen a matizar y ampliar en lo que dicho mensaje se convirtió desde que se iniciará la contienda.
En la primera mitad de la campaña quedó claro que los dos grandes partidos; el PSOE, una vez más con la necesaria colaboración de Izquierda Unida, advertió al electorado de que si sus respectivos adversarios se imponían gracias al apoyo del electorado, las siete plagas de Egipto se quedaban en una minucia al lado de lo que nos esperaba a los españoles. Los socialistas centraron su discurso en que la vuelta al poder de la derecha significaría el acta de defunción del Estado del Bienestar, la pérdida de los logros sociales, el infierno más o menos próximo para las clases más desfavorecidas,... Enfrente, sus rivales del PP se preguntaban qué queda a estas alturas del susodicho Estado del Bienestar y pronosticaban que darle a sus adversarios socialistas un nuevo voto de confianza era poner al país al borde del derrumbamiento final.
En el caso del Principado de Asturias, la izquierda, fundamentalmente los socialistas, se encontraron con que tienen que disparar en dos direcciones a la vez y que, por mucho que remarquen el mensaje de que la derecha acabará por unirse, los enemigos se han multiplicado y, encuestas aparte, el Foro Asturias de Cascos, lejos de ser el el invitado de piedra y al margen del reseñado argumentario de que las 'dos derechas' de Asturias son el auténtico enemigo a batir, y así lo han entendido los estrategas de la FSA, que han cambiado su relativo 'ninguneo' inicial hacia la nueva formación política por convertirlo en la diana de de sus baterías pesadas.
Queda claro a estas alturas y con estos elementos que el que suscribe piensa que al ex vicepresidente del Gobierno con José María Aznar, tanto como sus méritos personales para atraerse el voto que todavía no tiene, sus contrincantes de la izquierda le están aportando un buen complemento a su campaña.
Sin embargo, con ello y todo, la 'hoja de ruta' de las principales fuerzas políticas asturianas no han logrado ni de lejos -e incluyo a todos- despertar el interés de los ciudadanos más allá del derivado del escenario específico y único hasta la fecha para el domingo próximo.
Y es precisamente a este punto al que quería llegar después de haber leído ayer las declaraciones de algunos de los principales protagonistas de la contienda regional. El ya mencionado Cascos llamaba anteayer en el acto principal en Gijón de su 'cruzada' a la "rebelión colectiva" de los asturianos. En paralelo, IU apelaba en el Principado a "organizar la rebeldía" para castigar en las urnas a PSOE y PP. La cosa no va tanto de las relativas coindidencias entre dos opciones políticas tan alejadas ideológicamente como las mencionadas como de la coincidencia en el tiempo de ambas con esa relativamente sorpresiva aparición en el panorama español del denominado Movimiento 15-M, que ha logrado un protagonismo inesperado a estas alturas de la película merced a sus movilizaciones del fin de semana y principios de la presente en las principales capitales españolas.
'El País', en su edición de ayer, titulaba en primera página que dicho movimiento "alarma a la izquierda", para completar a renglón seguido que "agrada a la derecha". Y es aquí, precisamente, donde el diario de información general de mayor tirada en España me parece que se equivoca.
Por circunstancias absolutamente personales, este modesto periodista en la reserva, se vio inmerso el pasado domingo en las expresiones reales en la calle de esta sorprendente iniciativa ciudadana cuyo éxito ninguno de los partidos institucionales podrá atribuir a las maniobras de sus rivales. Si esta movilización alarma a los principales partidos -incluido el PP, pese al otrora diario oficial del Ejecutivo socialista- es precisamente porque su aparición -desde mi punto de vista tardía- les ha pillado con el paso cambiado y porque no tiene nombre y apellidos, ni siglas, ni colores. es difícil golpear a un enemigo sin rostro. El Movimiento 15-M, tan sorprendente para los partidos institucionales como algunas de las últimas desgracias naturales ocurridas en distintos lugares del mundo, no tiene cara, no presenta un programa, ni candidatos, ni objetivos numéricos. Es el estallido telúrico de los descontentos, de los cabreados, de los indignados, que ya son muchos millones en este país, los mismos que no se conforman con una utópica plataforma por el voto en blanco, por no citar otras iniciativas más 'folclóricas'; ni siquiera por esa supuesta izquierda real que concurre a los comicios del domingo dividida en no menos de ocho o diez grupúsculos de cuatro amigos -dicho sea con el máximo respeto a sus principios-.
El Movimiento 15-M, tampoco nos engañemos es el escenario ideal para aquellos que piensan que en río revuelto siempre hay ganancia para los pescadores -en este caso furtivos-, que el caos es la única solución a los problemas o que defienden la anarquía frente a la democracia, lo que les permite utilizar métodos poco acordes con un marco de convivencia razonable. Pero estos son los de siempre, unos pocos, y sobre ellos prevalece el descontento ciudadano mayoritario ante unas fuerzas políticas incapaces de ofrecer soluciones y cargadas de promesas en las que ni uno solo de ellos cree. La base social de esta efervescencia incipiente son todos aquellos que ven como se les plantean fechas y puntos de inflexión trucados, que se manipulan las cifras, que se pide calma hasta una próxima recuperación mientras los mismos que lo hacen acumulan sueldos millonarios, se niegan a renunciar a uno solo de sus privilegios, se asignan pensiones vitalicias -las mismas que se ofrecen inciertas para el común de los mortales-; en definitiva, aquellos que piden el sacrificio sin aplicarse el cuento ni por el forro. Quede como nota significativa el escándalo originado por la actuación del todavía director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Straus-Kahn, esperanza hasta antaeayer de la izquierda francesa de desbancar a Sarkozy de la Presidencia de la República. Uno ya no sabe si es más indignante que, amparándose en su condición, haya abusado supuestamente de una simple camarera de su hotel en Nueva York o que el susodicho pagaba por la habitación del 'modesto' establecimiento la cifra de 30.000 dólares por noche, desembolso que, naturalmente, no salían de los rendimientos de su trabajo.
El problema que tienen los partidos políticos, como creo que ya deje reflejado en esta tribuna hace tiempo, es que sus dirigentes han constituido una nueva aristocracia social y económica, una casta superior ajena a los problemas de los mismos que les apoyan en las urnas. Hasta ahora, grupitos macrominoritarios o enemigos sin trascendencia real se sostenían en el vocerío o en el derecho al pataleo, pero más o menos dentro de las reglas del juego. De repente, una mayoría real está empezando a mostrar su hartazgo y sólo hace falta que encuentren una plataforma que lo canalice. En este país a esa categoría de hastiados pertenecemos una amplia mayoría.
Porque -y hay que decirlo con claridad- nadie se crea que lo de este fin de semana es la típica algarabía callejera de estudiantes ociosos o grupitos de la extrema izquierda que no encuentran su lugar al sol en las instituciones; los que corrían por las calles y plazas del centro de Madrid mientras los antidisturbios nos retrotraían a las revueltas antifranquistas no eran esos colectivos mencionados, aunque tambien, sino miles de parados sin una perspectiva real de retornar al mercado laboral; futuros pensionistas que tienen algo más que dudas sobre el futuro que les espera a la vuelta de la esquina; funcionarios con los sueldos congelados, o rebajados, que ven como los mismos que les sitúan en esa posición mejoran sus condiciones materiales y salariales; en fin, como aseveraba antes, son la avanzadilla de millones de españoles que empiezan a gritar hasta aquí hemos llegado y que hasta ahora limitaban sus rabietas a la barra del bar.
El Movimiento 15-M llega -como decía- quizá un poco tarde, al menos para la cita con las urnas de esta semana, pero se presenta como la primera alternativa multicolectiva capaz de unificar la ira de millones de españoles, aunque por el momento únicamente se perfile como un embrión. Que cuaje no va a depnder del voto, o del apoyo económico en la calle de la ciudadanía, sino de su -difícil- objetivo de unificar el descontento. De momento, lo que han logrado es que los promotores de la campaña del miedo se hayan convertido de fabricantes en receptores. Ahora son ellos los que empiezan a tener miedo por su estatus y sus privilegios. Y esto ya es algo.
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