A estas alturas parece que hace meses que los españoles nos dividimos en a blancos y blaugranas, en azules y rojos, en moros y cristianos futbolísticos. Superadas las absurdas controversias de aquellos cinco partidos que mantuvieron a España en un suspiro, pocos días después nos encontramos a escasas horas de la final de la Champions entre el United y el Barça y, aunque sin el resplandor mediático de aquel épico duelo medieval de las cinco confrontaciones entre los dos mejores equipos de la Liga española, el partido de mañana en Wembrey ya se ha convertido en el epígono del estresante duelo entre Real Madrid y Barcelona. Los seguidores de este último siguen dónde estaban -faltaría más-, pero los madridistas, lamiéndose las heridas con la Copa del Rey y el Pichichi español y la Bota de Oro europea logrados por su estrella Cristiano Rolando, se disponen a cambiar el blanco por el rojo y formalizar en sus retinas a los Rooney, Griggs, Van der Sart y compañía vestidos con la elástica del equipo de sus amores dispuestos a amargar la buena temporada de los chicos de Guardiola con el alzamiento de la Copa de Campeones de Europa, aunque tenga que ser representados por los pupilos de Ferguson.
Porque a estas alturas ya no cabe ninguna duda que serán minoría los 'merengues' que muestren sus preferencias porque el éxito de este año se vaya al Camp Nou y, de alguna manera, la otra gran mayoría creen que el Manchester United puede ser el vengador justiciero de las derrotas infringidas esta temporada por los barcelonistas. No me atrevo a cuantificar en un porcentaje los seguidores madridistas que van a ir a muerte a favor de equipo inglés, pero seguro que será muy alto, espectacular. Y esto, al final, convertira el encuentro de mañana en Wembley en la sexta edición del maxiderbi vivido en semanas pasadas. Los diablos rojos son la esperanza madridista de salvar la temporada, aunque parezca una 'boutade'.
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