En mis más de treinta años de actividad como profesional de la información he acumulado un ingente número de mítines electorales y, como la mayoría de los ciudadanos, hace mucho que llegue a la conclusión de que, aunque los partidos los consideren todavía necesarios, han ido perdiendo su razon original de ser y su utilidad es más bien nula si exceptuamos el reflejo que puedan tener en los medios de comunicación. No voy a repetir ahora ahora aquello de que este tipo de convocatorias solamente las secundan los ya convencidos y con su voto decidido.
Hoy, como reservista en esto de la información, decidí romper esquemas y acercarme como ciudadano de a pie y sin militancia a ocupar una de las sillas destinadas al público en el segundo anfiteatro del Palacio de los Deportes gijonés para ver lo que se experimenta cuando no tienes luego la obligación de plasmar el desarrllo del acto y las palabras de los intervinientes a la página de un periódico y te puedes limitar a escuchar y analizar por tí mismo el estilo en el que se mueven y los argumentos que utilizan los dirigentes políticos, en este caso tan de primera fila como era el propio presidente del Gobierno de la nación.
"Hay que tener co.jones -me comentaba un compañero en activo- para estar aquí por voluntad propia después de tantas horas perdidas por obligación laboral". Y es posible que tuviera razón y que el cercano certamen de tapas podría haber sido mejor lugar para dedicar el tiempo libre.
Sin embargo, pienso que la decisión tenía su atractivo, más sociológico que de adquisición de conocimientos o de descubrimiento de propuestas innovadoras. En lo que a esta parte se refiere tengo que decir que, efectivamente, esta clase de mitines son absolutamente aburridos y solamente se justifican por el 'aparataje' que conllevan y por la posibilidad de ver de cerca al líder político, en algo que se asemeja bastante a la parafernalia que lleva aparejada la visita de algún famoso del espectáculo, la moda o la televisión. Gritar elogios al protagonista, tratar de darle la mano o besarle, no sé si alguno incluso lograr su autógrafo, un remedo de 'alfombra roja', parece desde fuera lo más relevante de la cita.
Porque en lo que a discursos se refiere uno se encuentra al final con que no ha escuchado en una hora y pico nada que no haya quedado reflejado en los días o semanas anteriores en los medios de comunicación; ya ni siquiera puedes sonreir con esos 'chascarrillos' en los que era maestro Alfonso Guerra y que servían para animar un poco la retahila de logros propios y culpas ajenas inherentes al guión infinitamente repetido.
Me comentaba un veterano militante socialista a la salida que parece mentira que Zapatero pueda ser en las circunstancias actuales "tan plano", "tan previsible" y reiterativo, por no utilizar otros adjetivos, especialmente ahora que la liberación que le ha supuesto el anuncio de su retirada le facilita mucho las cosas para 'soltarse el pelo' en el mejor sentido de la palabra. Las cifras de las inversiones de Asturias, la responsibilidad de Aznar tantos años después en la actuales cifras del paro -de las que los socialistas son absolutamente inocentes-, las diferencias entre los únicos defensores del Estado del Bienestar -ellos- y los depredadores movidos siempre por intereses personales -los adversarios-, ... En fin, nada nuevo bajo el sol. Los elogios a su candidato en Asturias, Javier Fernández, a mi entender sinceros, y los obligados al todavía presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces -auténtico florero en la reunión, él al que le gusta ser la salsa de todos los guisos y que no pudo ni hablar, sólo saludar- y las concesiones a la galería de sus inicios políticos y su infancia ligados a Gijón o las alusiones al Sporting -ese equipo que "a todos cae simpático", frase que originó unos leves murmullos que se apresuró a acallar con las manos-, completan el seguimiento fiel al libreto ya conocido.
Algo parecido se podría decir de Javier Fernández, el menos mitinero de los socialistas asturianos, que también repitió discretamente con el papel asignado, aunque en su caso siempre aparece ese temor a la derrota inspirado en el voto fiel de la derecha que le lleva a insistir en la necesidad de movilizar a los votantes del PSOE.
Curiosamente, podría decirse que el secundario de la película, el candidato del partido a la Alcaldía de Gijón, Santiago Martínez Argüelles, fue quien de todos ellos se mostró más próximo, mas llano, más en la línea de lo que la gente sin vendas en los ojos espera oir. Su estilo es diferente y ya desde su nominación ha aparecido como un político capaz de transmitir -ideologías aparte- más calor humano y cercanía a sus ciudadanos. Entiendo yo que los cuatro años que ha pasado codo con codo junto a la actual alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, tienen mucho que ver con esta imagen. Por cierto que la regidora fue, desde mi punto de vista, y sin tener intervención, la auténtica triunfadora de la cita de esta mañana. Nadie recibió tantos y tan explícitos elogios como ella, desde su discreto segundo plano de dirigente en retirada. Será también porque la veterana política gijonesa es maestra en es difícil arte de la cercanía, a pesar de su rebelde carácter.
Lo que no deja duda alguna a estas alturas es que, al margen del oropel ajeno totalmente a la política, estas citas electorales se muestran obsoletas. Se decía estos días que anteayer en León el presidente del Gobierno no había logrado llenar el recinto elegido para su intervención. En el de hoy en Gijón asegurarán sus organizadores que no ocurrió tal cosa, pero evidentemente la convocatoria no fue tan masiva como cabría esperar -hueco hubiera habido para unos cuantos cientos más con una mejor distribución y algún que otro asiento quedó vacío- y si los apalusos no faltaron en ningún momento -hasta ahí podríamos llegar- el entusiasmo de los que salían de las palmas en otros tiempos no se dejó ver en el Palacio de los Deportes gijonés.
Dejo para el final una simple muestra para el anecdotario electoral pero que, a mi entender, resulta mucho más importante y significativo que todo el desarrollo del acto. Por casualidad, a la salida, me encontré al secretario general del SOMA, José Ángel Fernández Villa, que caminaba al lado de un compañero y que siguió su camino cuando me acerque a saludarlo. El veterano dirigente sindical anda delicado de salud y no lo oculta tras su sonrisa, pero es capaz de transmitir aún que no olvida los viejos tiempos ni a los veteranos compañeros, aunque estos fuéramos los que estábamos al otro lado de la trinchera. Algo que no parecen practicar sus compañeros de partido, que no se molestan en ocultar la triste realidad de haberle aparcado de forma discreta; a él, precisamente a él, que tiene en su haber muchos más méritos y medallas en la defensa del socialismo que cualquiera de los que ocuparon la tribuna de oradores o las primeras filas del patio de sillas, dicho sea al margen de las consideraciones de carácter personal que cada cual pueda tener. Claro que sobre el escenario ya no estaban ni Felipe González, ni Alfonso Guerra, ni tantos otros que siempre supieron valorar los méritos para la causa de uno de sus más 'fieros' militantes.
En fin, que a mí me entristeció ver tan 'sólo' al viejo león de las cuencas. Hace unos años, pocos, los que todavía estaban dentro se hubieran pegado codazos por salir hombro con hombro con el líder sindical o hubieran buscado con empeño digno de mejor causa una foto con este veterano socialista curtido en mil batallas. Ahora este tipo de activos ya no se cultivan en prácticamente en ninguno de los ámbitos de nuestra sociedad, ni -por lo visto- en los políticos. Y así, día a día, lo único que hemos logrado es que en todos ellos se detecte una peligrosa descapitalización.
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