Aunque existen criterios respetables en sentido contrario, solemos convenir en que las mayorías absolutas no son buenas para la práctica democrática. Y la historia así lo ha venido demostrando.
Esta observación viene a cuento por la previsible intención del Gobierno de España de aprobar mañana el plan de ayudas al carbón 2013-2018 y hacerlo sin previa consulta con empresas y sindicatos. Se trata, como ha resaltado el Ejecutivo asturiano, de una práctica insólita en los largos periodos transcurridos desde que se crearon estas ayudas. Sin embargo, el equipo de Mariano Rajoy ya había dado muestras anteriormente de que sus líneas están trazadas de antemano y que, con acuerdo o sin él, disponen de una amplia mayoría en el Parlamento con la que sacar adelante su programa, aunque no sea precisamente ni por asomo aquel que ofrecieron a modo de contrato a los españoles para que hace aproximadamente un año les dieran su confianza.
A lo largo de 2012 se sucedieron las movilizaciones y paros orientados a tratar de evitar unos recortes en dicho plan que amenazan con poner el candado al sector de la minería del carbón incluso antes de lo previsto en los planes europeos. Entonces, hubo un diálogo de sordos en los que las llamadas a la negociación se estrellaban ante posturas inflexibles absolutamente incompatibles con lo que debe ser la base irrenunciable de cualquier proceso de ese tipo. La ceguera del ministro de Industria se veía ratificada por la del presidente del Gobierno y el desgaste de una huelga en toda regla no sirvió para cambiar ni un milímetro el rumbo de Moncloa en este asunto.
Ahora las cosas van más lejos y, para evitar cualquier atisbo de protesta, el equipo de Rajoy ha decidido aprobar un proyecto por su cuenta y riesgo y mandarlo a las autoridades comunitarias. Sin consensos ni buenas palabras. Sólo por la ley del embudo, del ordeno y mando.
El problema es que llueve sobre mojado y, aunque no es que esta prepotencia la adopte Rajoy y su 'camarilla' solamente con respecto a Asturias, sí que es verdad que esta tierra y sus ciudadanos parecen resultarles terreno propicio para el despotismo político.
Eso sí, luego viene el 'poli bueno' en el que trata de encarnarse la ministra de Fomento y habla de las buenas intenciones del Gabinete al que pertenece con respecto a la alta velocidad y otras infraestructuras de comunicaciones. Un perfecto remedo de aquellos aguerridos conquistadores de las Américas que acudían a los nativos con cristales y baratijas con el único ánimo de engañarles y someterles.
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