Todo el mundo se ha enterado ya de que hoy, en el Congreso de los Diputados, donde como cada año se procedió a dar lectura a la Constitución por un sinfín de personajes, famosos y ciudadanos de a pie, un estudiante de secundaria al que le correspondía intervenir fue expulsado de la tribuna por una vicepresidenta de cuyo nombre ni siquiera me acuerdo. Al chico, de un colegio madrileño, le tocó en suerte dar lectura al artículo correspondiente al derecho a la huelga, y así lo hizo. Pero mire usted por donde decidió saltarse el guión e hizo su propia aportación afeando a los sindicatos su renuncia a recurrir a tal recurso, prefiriendo -dijo- bailarle el agua al Gobierno.
La vicepresidenta de cuyo nombre no me acuerdo le expulsó de la tribuna. Institucionalmente no parece que a la decisión pueda ponérsele tacha alguna. Otra cosa distinta es que esa rigidez mostrada ayer por la Mesa de la Cámara Baja se aplique a este caso concreto y no aparezca en un sinfín de ocasiones que también lo justificarían. Hoy mismo, otro joven aprovechó para recordar a un familiar suyo que por circunstancias políticas tuvo que abandonar en su día España. A éste no se le retiró el turno ni se le dio orden de bajar de la tribuna. Podría también recordar lo condescendientes que las presidencias parlamentarias son a la hora de aplicar el reglamento con los parlamentarios. Claro que alguien dirá que estos están en su casa y haciendo su trabajo. Lo malo es que la 'solemne' sesión de hoy fue abierta por el presidente del Congreso, José Bono, y éste no se recató en recordar la libertad de la que disfrutan ahora los españoles gracias a herramientas como la propia Constitución y las instituciones que se encargan de desarrollarla y aplicarla. A ello añadiría yo que a la clase dirigente política se les llena la boca a diario con el argumento de que el Parlamento es la expresión de la voluntad de los españoles, de todos.
En fin, que el 'incidente' de hoy es más que probable que se quede en una simple anécdota que en poco tiempo se habrá olvidado, pero no debería ser todo tan fácil. Es de sentido común que el Congrso no puede ser un lugar donde cada hijo de vecino vaya a decir lo que le viene en gana. Pero cuando, por motivos especiales, su salón de sesiones se abre a personas distintas a los propietarios temporales de los escaños, parece exagerada una expulsión como la de hoy y abre serias dudas sobre el alcance del derecho a la libertad de expresión, que también está en la Carta Magna, por cierto. A lo peor la decisión tiene más que ver con la crítica intervención del muchacho hacia el papel de los sindicatos, desde hace años más amigos que enemigos del Gobierno, que al hecho de salirse del guión. es posible que si el chaval hubiera acabado su lectura con un "¡Viva Zapatero!" -como el título de una reciente película italiana- hubiera concluido con el único baldón de una posible pitada desde las bancadas del PP.
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