Desde nuestra profesión de periodistas tenemos la ocasión de transmitir a la sociedad toda clase de información, la posibilidad de desvelar hechos y actuaciones que en otras circunstancias quedarían en el anonimato, el privilegio de criticar a los protagonistas de la vida pública. Eso y mucho más, pero siempre bajo la tremenda responsabilidad de hacerlo con serenidad, con datos precisos y contratados y con argumentos sólidos. Es frecuente que en el buen desarrollo de esta labor recibamos zancadillas, desmentidos, varapalos,... de aquellos que preferirían que algunas verdades permanecieran recluidas en el silencio salvador para quienes se rigen por sus propias normas e ignoran las que nos afectan a todos.
Sin embargo, hay ocasiones en las que es preciso poner el saco del revés y mirar hacia el interior, hacia nuestro propio trabajo y reflexionar durante unos minutos sobre el alcance del mismo cuando se desarrolla con prisas y sin responsabilidad. El caso del joven canario acusado de las lesiones que provocaron la muerte de una niña de tres años que polarizó durante unos días la atención de algunos de los principales medios nacionales es un ejemplo tremendo de los niveles a los que se puede llevar la información cuando la cada día más acuciante presión por ser los 'primeros' o por 'ir más allá que los demás' acelera los teclados y la creación redaccional. El joven en cuestión ha quedado en libertad sin cargos tras demostrar la autopsia que las lesiones se las había causado la niña días antes jugando. La responsabilidad del médico cuyo parte dio origen al principio del "linchamiento mediático y social" es muy grave, pero no exculpa a la frenética carrera de los grandes rotativos para contribuir a ese juicio precipitado y antidemocrático que ha dado lugar a que el otrora presunto delincuente deba contar con escolta policial para evitar que grupos enardecidos se tomasen la justicia por su mano.
Conocida la realidad de los hechos, todos los que alentaron la 'condena anticipada' se han apresurado a replegar velas y ocultar el desenlace del asunto en lo más profundo de las páginas más interiores de sus diarios. Algunos han dado la cara y se han atrevido a pedir excusas al joven canario. Escaso bagaje para un mal que ya tiene mal remedio.
Sensacionalismo y escaso rigor lo ha habido siempre en esta profesión -hasta alguna genial película ha puesto el dedo sobre la llaga de esta lacra, una veces con humor ('Primera plana') y otras con absoluta seriedad ('El gran carnaval'), pero la cada día más enconada competencia, la inmediatez de la información que han ido incorporando las continuamente mejoradas nuevas tecnologías hacen que la tentación de caer en la irresponsabilidad sea cada día más fácil.
Quizá casos como el de Canarias sean un buen elemento para detenerse un rato a pensar en la responsabilidad social -de la judicial ya se encargan las instancias pertinentes- de esta profesión y pensarse dos veces los mensajes que trasladamos a la sociedad sin que ello signifique en momento alguno renunciar al derecho a la información y a la libertad para ejercerla con responsabilidad. De lo contrario, es más que posible que la consideración social de nuestra profesión pueda en un día muy lejano llegar a alcanzar los bajos niveles de la clase política, la que, por cierto, ya ha logrado el dudoso honor de figurar como el cuerto problema de este país en la consideración de sus habitantes.
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