Aunque con unas horas de retraso, no me resisto a aportar a través de esta tribuna una pequeño recuerdo personal de uno de esos políticos de raza que, precisamente por eso, no han acaparado titulares de prensa nada más que cuando, como es el caso, nos ha dejado definitivamente. No era José María Laso Prieto ni mucho menos un político al uso, ni lo era ni lo fue nunca, a pesar de tratarse de una persona con las ideas muy claras, fiel hasta el final a un ideario, siempre coherente con esos parámetros y dispuesto en todo momento a aportar su sabiduría y su experiencia a una causa, la del Partido Comunista -luego, también, anque de otra manera a Izquierda Unida- hasta el extremo de haberse convertido en "el militante más activo de toda la izquierda asturiana", en acertada expresión de Germán Ojeda, aunque esa actividad se haya podido quedar oscurecisa por la falta de ambiciones personales, la misma que le llevaron a no ocupar cargos de relevancia. Su aportación era la del teórico pragmático, una actitud que le llevó a sufrir en silencio la evolución -¿...? de la organización por la que dio incluso su sangre cuando ser comunista constituía un seguro de persecución y torturas.
Durante estos dos últimos días se han prodigado los artículos de opinión de distinto signo glosando la figura de Laso. Sin embargo, más allá de la consideración personal a un veterano militante, hace muchos años que este 'estigmatizado' discípulo de Gramsci, sus propios compañeros hace muchos años que le habían apartado ya no sólo de los centros de decisión, sino incluso de los de opinión: eso sí, manteniéndolo como una especie de 'brazo incorrupto de Santa Teresa' siempre disponible para sacar en procesión cuando a Izquierda Unida, e incluso al Partido Comunista de Asturias, les era preciso recordar sus orígenes, de dónde venían.
Tuve la fortuna de conocer a José María Laso en los tiempos de la transición política, cuando todo estaba por hacer y uno era un simple figurante en la profesión periodística velando sus primeras armas en un nuevo campo que se abría sin unas fronteras restrictivas a la Prensa asturiana. Entonces, sus reflexiones en modo alguno dogmáticas, a pesar de su enraizado pensamiento comunismo, a algunos nos ayudaron a establecer las bases para crear un nuevo territorio informativo hasta entonces vetado por el uniformismo franquista. Él era una de esas escasas personas a las que podías acudir siempre en busca de una ayuda para comprender ese territorio que nuestras generaciones no habían tenido nuca la oportunidad de conocer, y su aportación era siempre coherente, nunca dogmática, adaptada a esa etapa en la que todo el mundo debía aportar su grano de arena -sin renunciar a sus ideas- para establecer un periodo de transición a la democracia.
Luego, esa democracia se fue estabilizando y las personas como José María Laso empezaron a dejar de ser necesaras para las generaciones de aspirantes a profesionales -muchos lo han conseguido- y, en silencio, sin hacer ruido, este veterano comunista se fue apartando, manteniendo sus principios y su conocimiento reflexivo a disposición de quienes quisieran escucharle, aunque esos modos y maneras ya no encajasen con los nuevos tiempos configurados por las ambiciones, por los fines que justificaban los medios, y su figura se restringiera a uno de los pequeños altares laterales de la 'iglesia' comunista para que las pocas personas que conservasen la fe tuvieran a quien recurrir, lejos de la todopoderosa corte celestial configurada como cualquier jerarquía al uso.
Ahora, Laso nos ha dejado y todos se acuerdan de él y reparten sus loas. Ésta, la mía, es mucho más modesta, pero sentida como la que más, porque afortunadamente la memoria ayuda a recordar la verdadera historia de la reciente política autonómica, ayuda a recordar que José María Laso Prieto fue, en verdad, uno de los escasos políticos auténticos que ha dado esta comunidad.
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