Tradicionalmente, el mensaje navideño del Rey ha llegado a los españoles medido al milímetro en cada una de sus palabras. Su contenido ha sido, generalmente, tan institucional como corresponde a una figura, la del jefe del Estado, a la que la Constitución otorga un papel de máxima representación pero ningúna capacidad de influencia real -más allá del carisma de la persona que ostenta la Corona- en la vida social y política del país. Sin salirse de ese guión, don Juan Carlos ha afinado algo más sus discursos en los últimos años y ya podemos ver en sus contenidos mensajes que nada tienen que ver con el mero trámite de una presencia televisiva anual. Pese a mantener la prudencia que la Carta Magna asigna a tan alta institución, el mensaje navideño tiene cada año "más titulares" por mucho que algunos prefieran ver en los mismos interpretaciones más o menos respetables, pero interpretaciones.
El de anoche, sin embargo, fue el más directo de todos, especialmente cuando ha solicitado sentido de Estado para salir de la crisis, un recado para Gobierno y oposición sin necesidad de que los haya llamado por su nombre o sus siglas. De esta manera, el Monarca ha puesto su voz a una demanda de la gran mayoría de la sociedad española, incapaz de entender como PSOE y PP son incapaces de alcanzar un consenso sobre aquellos temas trascendentales para el futuro de España. Siempre habrá quienes digan que el Rey "no debe meterse en política" y saque punta a sus palabras más allá de su alcance general, quien hable de "llamadas al orden" a los líderes de las dos grandes fuerzas políticas. Sin embargo, la redacción textual del mensaje navideño no ha hecho otra cosa que hacer de portavoz de la mayoría real de esta país, sin necesidad del permiso de un pase por las urnas, que otros si han experimentado pero luego no han sido capaces de transformar ni de lejos, en solitario o juntos, en la puesta en práctica de las herramientas para transformar en hechos los sentimientos de la más amplia de las mayorías.
La reacción de socialistas y populares no ha podido ser más esperanzadora y han acogido esa llamada a la unidad en los asuntos de Estado como si se tratase de una insospechada fórmula mágica que alguien ajeno a ellos les haya descubierto milagrosamente. "Un discurso pegado a la realidad", se ha dicho; "realista y acertado", se añade. Lástima que la experiencia invite al excepticismo y la mayoría no nos creamos que, como los dos grandes partidos han dicho, van a poner todo de su parte para seguir ese consejo de los españoles al que el Rey ha dado forma desde su privilegiada tribuna de jefe del Estado. La reciente historia de este país está plagada de llamadas a los grandes pactos de Estado en esto o aquello, y también al general fracaso de la inmensa mayoría de todos los intentos de alcanzarlos. Para que PSOE y PP se pongan de acuerdo y adquieran ese "sentido de Estado" tendrían que dejar de ser PSOE y PP. Claro que estamos en esa época del año en la que todo el bueno parece suavizar tensiones y acogerse a las "buenas intenciones". Uno quisiera equivocarse y constatar dentro de unos meses que ese 'espíritu' de las Navidades llega más allá del mes de enero. Por desgracia, lo más probable es que para entonces ya se estén acusando mutuamente hasta de los problemas más nimios, no digamos ya de los verdaderamente relevantes, y la bipolaridad cruenta mantenga la misma línea de confrontación que viene marcando la política española desde hace años, con crisis y antes de ella.
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